Se inaugura “Vulnus” la exposición de Concha Martínez Montalvo , profesora de la Escuela de Arte de Murcia
Concha Martínez Montalvo, profesora de la escuela de arte en Murcia inauguraba el pasado 8 de mayo la exposición “Vulnus”” en la sala Ángel Imbernón del Museo del Cristo de la Sangre de Murcia.
En palabras de Don Pedro Alberto Cruz Sánchez, profesor de la UMU y crítico de Arte, “la obra de Concha Martínez Montalvo (Madrid, 1962) posee la rara cualidad de explorar sutilmente el dolor. Toda ella es una lúcida reflexión sobre la construcción límite del sujeto por parte de los mecanismos sociales disciplinarios. Todo cuerpo se configura como un exceso de dolor que el individuo normaliza en su materialidad sin estridencias, mediante experiencias envueltas en la forma de una cultura del cuidado. Los materiales que Martínez Montalvo emplea -blandos, ligeros, delicados, frágiles- no parecen a priori los más indicados para expresar aquella célebre máxima de Barbara Kruger: “Your Body is a Battleground” (“Tu cuerpo es un campo de batalla”). Toda guerra se libra con maquinaria pesada, indiscriminadamente, entre estruendos y derribos, en la escala macro del paisaje. Sin embargo, en Vulnus -la exposición que la artista madrileña presenta en el Museo Cristo de la Sangre-, la herida que conforma la identidad de cada sujeto es infligida en un entorno de silencio casi cultual. Las piezas de Martínez Montalvo reproducen la microviolencia sorda que diariamente sufre el sujeto con el objetivo de modelarlo. Como los finos hilos que atraviesan el tamiz de los cedazos que cuelgan de la sala, ninguna vida escapa al filtro disciplinario de la cultura. Vivir ya es estar filtrado y, por lo tanto, herido. No hay paraíso fuera de la herida; una herida que, aunque en ocasiones puede poseer una concreción física, se distingue por una dimensión principalmente simbólica.
A diferencia de la performance extrema -en la que la autolesión procura una “apertura performativa de la piel” que sirve como ejercicio de resistencia a la estrategia sistémica de disciplinamiento del cuerpo-, la herida de la que nos habla Concha Martínez Montalvo no ha sido elegida. Dentro de la corta historia del arte feminista, la suya es una obra que se desarrolla en el contexto teórico del posfeminismo de Judith Butler: el sujeto no es precedido por nada y se construye en el mismo acto de performarse. Y, en el caso de Vulnus, es la herida la encargada de fundar el sujeto. La herida construye a la mujer como un sujeto ya doliente, mermado en derechos, obligado a un estándar de belleza, silenciosamente filtrado por el tamiz patriarcal. No hay sujeto ni ser fuera del gesto articulador de la herida. Se trata, en rigor, de una ontología de la herida que afecta a la forma de ver, de tocar, de sentir, de amar. Los cuerpos heridos, sometidos a la incesante violencia cultural, no crean comunidades de ciudadanos libres, sino escombreras. Una vez que han dejado de servir para la propagación del cuerpo productivo que requiere el sistema, son apartados y arrumbados.
La montaña de moldes de torsos que nuclea Vulnus constituye al paisaje paradigmático del cuerpo herido. Tanto Vitrubio como Leonardo utilizaron el cuerpo del hombre -con sus brazos y palmas extendidas- como sistema de medición ideal para una óptima construcción arquitectónica y como imagen simbólica de lo universal, respectivamente. En ambos casos, semejante visión arquitectónica del cuerpo humano se urde por la confluencia de dos principios fundamentales, cuya vigencia se puede rastrear hasta la actualidad: el “principio de unidad” y el “principio de verticalidad”. Será en el origen de la modernidad, y coincidiendo con la pérdida de las utopías totalizadoras, cuando el cuerpo comience a perder tensión sintáctica y a comprobar cómo su otrora incuestionable unidad se rompe poco a poco. Es así que surge el cuerpo anarquitectónico, producto del derrumbamiento, de la fragmentación, del cansancio. Los torsos arrumbados de Martínez Montalvo expresan, en este sentido, un doble desplazamiento: de un lado, el causado por esa “herida original” que sustituye el hipotético ser genuino y libre por un ser doliente construido mediante las dinámicas culturales; y, de otro, el que tiene lugar cuando el “sujeto herido” ya no sirve para los propósitos del sistema y se transforma en un molde ya usado e inservible.
Aunque -como se acaba de afirmar- el momento fundacional del sujeto es la herida, y toda vida es inevitablemente filtrada por el tamiz del cedazo sistémico, lo cierto es que esto no impide que el individuo se enfrente a esta realidad desde una continua resistencia. La herida es lo que da forma y, al mismo tiempo, lo que la forma resultante rechaza y considera como un exceso inasumible. Como escribía Lévinas, en “Une éthique de la souffrace”, “el dolor se resiste a ser contenido en la consciencia a la manera de los otros hechos psíquicos, y toda tentativa por atrapar el dolor es un fracaso. El dolor es un contenido que rehusa ser contenido (…) es simplemente el momento en el que hay una negación de la consciencia (…) es la negatividad de la consciencia”. En otro momento de este texto, el filósofo francés se muestra todavía más contundente cuando asevera: “El dolor es una debilidad, un escándalo en una conciencia que se construye”. Lo que de político reside precisamente en la obra de Concha Martínez Montalvo es que no se limita a constatar la condición herida del ontos, sino que, por añadidura, reserva para el sujeto un margen de resistencia que le lleva a estar siempre a contrapelo de su destino ontológico. La herida lo es todo. Pero jamás se vive desde la aceptación, sino desde el escándalo ético.
la exposición podrá visitarse hasta el 7 de julio de 2024.
¡Enhorabuena por tu trabajo Concha!